miércoles, 6 de abril de 2011

Hasta que la muerte los separe.

"Hasta que la muerte los separe” fue lo que dijo el padre el día en la boda de Victoria y Carlos. Llenos de sueños, esperanzas, planes y un fructuoso porvenir se encontraban en ese entonces; no sé cómo se conocieron, no se bajo qué circunstancias se casaron, a decir verdad, yo no sabía nada de ellos hasta hace un par de días cuando Carlos amaneció muerto. “Justamente hoy cumplíamos 5 años de casados” me dijo entre sollozos la ahora viuda momentos antes de que sacaran el cuerpo de su difunto esposo del departamento.
Cuatro meses hace ya que somos vecinos y jamás había cruzado palabra con ellos hasta ese día. Muy pocas veces nos topábamos en las mañanas o me tocaba escuchar al señor Carlos cantando sus largas jornadas de karaoke sabatino, parecían una pareja feliz y aunque él lucía más grande que ella, daban la impresión de complementarse mutuamente. Es curioso como estamos tan acostumbrados al tan sonado “hasta que la muerte los separe” que en el fondo, realmente creemos que así será. Sin embargo, no tomamos en cuenta que en la actualidad, es más probable que terminen divorciados a que mueran juntos y acabados por la vejez. Pero, ¿Qué pasa cuando la muerte se adelanta? Cuando el destino juega una carta que no esperamos y tal pareciera que justamente la gente con más probabilidades de envejecer enamorados, es la que termina separada por alguna tragedia melodramática.

Bien dicen que “La soledad no es el estar solo, si no el no tener en quien pensar”, definitivamente es distinta la vida de una persona que jamás se casó a una que terminó viuda. A mí en lo personal, si me gustaría tener a alguien a mi lado, -no precisamente casarme, si no tener alguien con quien compartir el día a día y cosas así, sin embargo, en mi caso personal -y conociendo la cruda realidad- lo más probable es que termine solo, con un gato y una estantería repleta de libros y películas viejas, después de todo, el “juntos por siempre” suena a demasiado tiempo ¿no? Suele pasarme que, debido a mis cursis y melodramáticos pensamientos tengo la constante necesidad de tener a alguien a mi lado, y expresar todo lo que pienso y siento, pero luego de un tiempo tiendo a hostigarme, a extrañar mi soledad y las mañanas en compañía de mí mismo. Sin embargo, cuando esto pasa, rápidamente echo de menos despertar junto a alguien amado –si, lo sé es muy contradictorio ¿no? “Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”-.

Así que, tomando un poco de mis expectativas emocionales para el futuro y comparándolas con la situación actual de mi vecina, alcanzo a tener una ligera idea del sufrimiento por el que ha de estar pasando. Al parecer, no tenían mucho –por lo poco que hablamos el difunto Carlos, no le dejó nada, literalmente nada, ni un solo peso- pero a pesar de eso, eran felices y supongo que eso les bastaba. Siempre pensamos que tendremos un futuro grandioso, dinero, casas, pareja bien parecida y una familia de comercial de shampoo. Pero, si encontráramos a esa persona “especial” y descubrimos que no tiene más que un colchón a medio usar y los zapatos que lleva puestos, ¿aún le amaríamos? ¿Estaríamos dispuestos a sacrificar una vida glamorosa por quien podría ser el amor de nuestras vidas? O ¿aplicaríamos el “Cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana”? –antes de contestar esta pregunta piénsenlo dos veces, porque una cosa es decirlo y otra hacerlo, y una vez enamorados, el valor del dinero podría variar su denominación-. ¿Elegiríamos una vida de nivel económico medio, con las cosas materiales básicamente necesarias pero felizmente acompañados? O ¿una vida de lujos pero sin acompañante? Podría ser tan simple como decir: “lo material ¡claro! El dinero compra lo demás” pero ¿cuánto creemos soportar? Yo tal vez elegiría lo material y los lujos pero, no sé por cuánto tiempo aguantaría –y es que una vez que has tenido alguien a tu lado, valoras esa sensación de tener alguien que esté ahí siempre para ti, en las buenas y en las malas, con muchas discusiones pero reconciliaciones aun mejores-.

Nadie sabe qué pasará mañana, si tu amor estará ahí siempre o se irá en cuanto descubra tu mal humor matutino -y esas malas costumbres que tendemos a hacer cuando “nadie nos ve”-, nadie sabe cuánto está dispuesto a dar por esa persona especial y nadie sabe si quien amamos nos dará una puñalada en la espalda en cuando bajemos la defensa. Lo que sí sé, es que lo que pase mañana, no importa. No importa si te casas y a los dos meses te divorcias, no importa si te casas y descubres que el único dinero que tenía tu amor era el que se robaba cuando jugaba Monopoly, no importa si el destino los separa de manera irremediable. Lo que importa es que ames, que lo digas, que lo expreses sin importar cuan tonto te veas, que llores si es necesario –y maldigas cuando el tiempo lo amerite-, por algo tenemos sentimientos y hay que disfrutarlos, de lo contrario ¿Qué chiste tendría la vida? Si… Sufrirás, sufrirás mucho y llorarás un río inmenso de ilusiones destrozadas y cuando creas que no puedes estar peor, lo estarás aun más. Pero después de todo, de eso se trata la vida ¿no? Si la vida no fuese tan maldita, no aprenderíamos nada, por eso aprovecha todo al máximo, así si el destino te juega chueco, lo bailado… ¿Quién te lo quita?

-iz~